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15 feb 2014


 


Estos escritos son una recopilación de 80 a 100 columnas periodísticas sobre perfiles urbanos, publicadas en los desaparecidos diarios Hoja del Lunes y Hoja de Valencia, durante el periodo entre octubre de 1991 a abril de 1992. Creo que su mayor valor es el testimonio cotidiano que observaba en Valencia hace más de veinte años. Espero que os guste.
                                    Sony Grau Carbonell



                                            EL ABUELO


 

 

     Todos los días lo bajan al sol. Gruñendo entre dientes cualquier pequeñez; observa, sentado en el banco del polvoriento y pelado jardincillo del barrio, todos los diarios ajetreos de la gente que, curiosamente, se repiten con bastante monotonía a través de las semanas, los meses, incluso los años. ¿Cuándo vino a está ciudad desorbitada? Seguramente allá por los sesenta, cuando el boom de la construcción hizo inmigrar a toda la familia buscando el estatus industrial. O quizá cuando alguna de aquellas presas ahogó su querido pueblo, con todas sus vivencias juveniles, y que hoy, sentado en el banco del sol, revive cada día en su vídeo mental.

 

     No le gusta la ciudad. Dice que es demasiado ruidosa y nunca se ha podido acostumbrar a esto. Le aturde, le marea. Demasiada gente, demasiada prisa. En la casa se pasa casi todo el día solo. Todos trabajan: la hija, el yerno, el nieto mayor, y los chicos, en el colegio... Si todos hubiesen trabajado así allá, en el pueblo, seguro que les habría ido bien. No lo entiende, no lo puede ni quiere entender. Ni siquiera tiene el bar del Ramón, donde las tardes se diluían al calorcillo del vino y la conversación. Charlas que perdieron su sentido, incluso su aroma: majada, siembra, cañada, coto, siega... Ahora se habla de otro modo y siempre huele a gasolina, si lo sabrá él que tiene olfato aun, que conserva el primitivo... Sí, es verdad que en el barrio han organizado un local para viejos, "club del jubilado",como le llaman los de la asociación de vecinos. Pero, qué, allí no se oye el mismo lenguaje. Uno es de Aragón; otro, andaluz; otro gallego... ¡Ni siquiera saben jugar al mus! Cada uno habla, él se da cuenta, mientras los demás no entienden, porque cada cual está en su pueblo, en su juventud. Y todos acaban viendo la tele, como si estuviesen solos. A veces les llegan personas importantes que les hablan de cosas que no entienden, pero que bien sabe él lo que buscan: los votos. Después, si te he visto no me acuerdo. Si al final todos ellos votan lo que les aconsejan sus hijos...

    

     Por eso le gusta más estar allí, al solecillo cálido de invierno, sentado en su banco, viendo pasar a los jóvenes, a las chicas guapas, a los niños, y no rodeado de viejos.

 

     Es hora de comer, el sol invernal baja, poco a poco, su termostato. Una jovencita se lleva al viejo hacia su casa

mientras él va gruñendo entre dientes cualquier pequeñez, y la niña se queja: "Ay, abuelo, que cosas tiene, siempre refunfuñando por nada."

 

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7 feb 2014


 
Tipos, típicos, tópicos


                        
                         "HIPPIES"

 

 

     No, ya no les mueve al vagabundeo internacional (Katmandú,

San Francisco, Bangladesh, Ibiza...) los ideales románticos de vida natural, comunitaria y antiurbana. Ya quedaron lejos, allá en el setenta, aquellas canciones de no violencia con las que disparaban, en un duelo desequilibrado, hacia las trincheras de Vietnam. Ya los símbolos orientales, las flores en el pelo (a veces con parásitos), los chalecos multicolores, las telas de bambula con dibujos cachemitas, los signos de paz y amor, y  canciones de Bob Dylan; no les impulsa a mejorar las cosas.

    

     Hoy están imbricados en el engranaje consumista y ciudadano, ahí, junto a unos macroalmacenes, viviendo, como tantos otros vendedores, del hombre gris y vulgar de la calle, del comprador. Subsistiendo, como lo hace el pequeño comerciante, del goteo diario. Claro que sin pagar todas las mil y una licencias, tasas, etcétera, que tiene que sufrir el autónomo reconocido. Tan sólo guardan de "hippies" el nombre exótico que, de algún modo, explotan entre el subconsciente melancólico de los cuarentones y el mitologismo de los jóvenes actuales que entre perfume de sándalo y ropa taiwanera importada, creen revivir (el ensueño y la imaginación todo lo idealiza) aquel movimiento de rebeldía que quiso encontrar su nuevo camino haciendo un sincretismo, casi esperpéntico, con la filosofía oriental, decadente, la literatura de Herman Hesse y el LSD..., terminando esta senda en el Parterre, así, como otros muchos parterres de las grandes metrópolis, desarrollando un sistema de compra-venta mercader tan secularmente arraigado en los pueblos viejos de tradición mediterránea y oriental.

    

     Claro, que, éstos no son "híppies". Los auténticos (que, en realidad, nunca renunciaron a la aspirina y el antibiótico de la civilización que tanto despreciaban), los herederos del existencialismo, los padres de la contracultura, lo beat, el ecologismo, etc. han guardado en el armario sus viejos símbolos que trujamanearon en su día los actuales y viven confortablemente de sus ingresos profesionales; "escribieron en el viento", y su mensaje quedó tan sólo impreso en el recuerdo.

 

     Quisieron cambiar el mundo con canciones y cuando no lo lograron se zambulleron en él, o, como otros más desencantados, pidieron que lo pararan para apearse. Pero, los del Parterre, esos no son hippies. Esos son comerciantes espabilados que, eso sí, como los otros, se aprovechan de la organización ciudadana, las infraestructuras municipales y las grandes afluencias urbanas a cambio de unas aportaciones mínimas como contribuyentes.

 

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