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22 ene 2014


 

 

 

                         El feriante


 

 

     Rueda la noria, rueda, vuela al aire las ilusiones y llevan hacia arriba los ojos curiosos de horizontes voladores, hacia abajo, el vértigo, las cosquillas en el estómago, y la incógnita de si parará el feriante en esta vuelta o la próxima. La sirena estridente nos avisa del momento. Se acabó la ilusión. Vueltas y más vueltas del tiovivo infantil, donde los pequeñines se imaginan héroes de hazañas oníricas e ignoradas, por siempre, para el adulto. Vueltas y más vueltas en el autobús los más conformistas, en el caballito para la niña soñadora e imaginativa, o el bronco rocín del vaquero temerario de seis años. Oculta por los visillos de la carroza la Cenicienta, Rosa de tres años, o la dinámica motora que irrumpe en el mar, soñado por la mente fantástica de Pablito. Después los mayores prefieren la velocidad y el riesgo de los artilugios modernos, el sentir la velocidad y el riesgo, el sentir su corazón en un puño... y el alivio de bajarse sano y salvo con los poros respirando vibraciones, al igual que el pecho dilatado por la satisfacción. Los jugadores, al sorteo de los cartones que prolonguen sus visitas al bingo y otros las vacilaciones a demostrar ante los demás su puntería impresionante a tres palmos del punto de mira.

 

     Detrás de todo esto, familias trashumantes que han hecho del carromato su vivienda y de la carretera su barrio. Las caravanas, con todas las comodidades de los servicios modernos, electrodomésticos, televisión, teléfono portátil, etc., intentan salvar el calor de hogar que la mujer acicala con macetas en la baranda del diminuto porche. Los niños ayudan en lo que pueden pero ¿y el colegio?, es un problema que se soluciona gracias a los abuelos que cuidan de ellos, aunque siempre prefieren estar con los padres y disfrutar de esta vida de aventuras que imaginan el mundo de la feria, con la envidia que despierta a los niños de la ciudad visitada el saberlos poseedores de todas las vueltas, horas y horas, para disfrutar de las atracciones.

 

     En verdad, la realidad es otra, siempre es otra la realidad, pues el padre no deja que se utilice aquello sin que haya clientes, no es rentable. La luz es muy cara, los impuestos son desmesurados, cada año más y más, el combustible, el desgaste de las piezas, la mano de obra,... y todo para ganar algo con lo que vivir. Pero si cuenta los jornales de la mujer, el hijo mayor, y él mismo, no compensaría. Pero, en fin, su padre lo aprendió del abuelo, él de su padre, y su hijo aprenderá de él, si no fuese así, se acabaría la feria.

 

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