El feriante
Rueda la noria, rueda, vuela al aire las
ilusiones y llevan hacia arriba los ojos curiosos de horizontes voladores,
hacia abajo, el vértigo, las cosquillas en el estómago, y la incógnita de si
parará el feriante en esta vuelta o la próxima. La sirena estridente nos avisa
del momento. Se acabó la ilusión. Vueltas y más vueltas del tiovivo infantil,
donde los pequeñines se imaginan héroes de hazañas oníricas e ignoradas, por
siempre, para el adulto. Vueltas y más vueltas en el autobús los más conformistas,
en el caballito para la niña soñadora e imaginativa, o el bronco rocín del
vaquero temerario de seis años. Oculta por los visillos de la carroza la
Cenicienta, Rosa de tres años, o la dinámica motora que irrumpe en el mar,
soñado por la mente fantástica de Pablito. Después los mayores prefieren la
velocidad y el riesgo de los artilugios modernos, el sentir la velocidad y el
riesgo, el sentir su corazón en un puño... y el alivio de bajarse sano y salvo
con los poros respirando vibraciones, al igual que el pecho dilatado por la
satisfacción. Los jugadores, al sorteo de los cartones que prolonguen sus
visitas al bingo y otros las vacilaciones a demostrar ante los demás su
puntería impresionante a tres palmos del punto de mira.
Detrás de todo esto, familias trashumantes
que han hecho del carromato su vivienda y de la carretera su barrio. Las
caravanas, con todas las comodidades de los servicios modernos,
electrodomésticos, televisión, teléfono portátil, etc., intentan salvar el
calor de hogar que la mujer acicala con macetas en la baranda del diminuto
porche. Los niños ayudan en lo que pueden pero ¿y el colegio?, es un problema
que se soluciona gracias a los abuelos que cuidan de ellos, aunque siempre
prefieren estar con los padres y disfrutar de esta vida de aventuras que imaginan
el mundo de la feria, con la envidia que despierta a los niños de la ciudad
visitada el saberlos poseedores de todas las vueltas, horas y horas, para
disfrutar de las atracciones.
En verdad, la realidad es otra, siempre es
otra la realidad, pues el padre no deja que se utilice aquello sin que haya
clientes, no es rentable. La luz es muy cara, los impuestos son desmesurados,
cada año más y más, el combustible, el desgaste de las piezas, la mano de
obra,... y todo para ganar algo con lo que vivir. Pero si cuenta los jornales
de la mujer, el hijo mayor, y él mismo, no compensaría. Pero, en fin, su padre
lo aprendió del abuelo, él de su padre, y su hijo aprenderá de él, si no fuese
así, se acabaría la feria.
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