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9 dic 2012

La alberca

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DICIEMBRE
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Día 1

En las tribus del Amazonas existe una figura popular denominada “los habladores”.

Estos personajes se dedican a ir de tribu en tribu contando noticias de otras tribus, como también historias que ellos adornan según su imaginación fabuladora.

Y hay que ver lo bien recibidos que son, pues traen con ellos algo nuevo que alegra a los habitantes de esos grupos humanos.

También nosotros podemos ser “habladores” en nuestras tribus urbanas.

Pero las nuestras tienen que ser historias de esperanza y valores atemporales.

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Día 2

“Ignoi mulla cupido” (Nadie desea lo que no conoce).

Muchas veces, sin saberlo por conocimiento intelectual ni haberlo leído previamente, coincidimos con pensamientos de tradición secular. A eso se le llama discernimiento.

¿Por qué ese anhelo, esa inquietud del humano por encontrar su origen divino?

¿Qué más prueba necesita que esa misma búsqueda?

Por ello, creo que más que conocer e indagar más, debemos transcender por línea directa desde el corazón a Dios, dejando de lado, con sabia dulzura, todos las elucubraciones teóricas sobre Él.

“Tempos fugit” y no hay que perderlo en saber, sino ganarlo en ser.
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Día 3

El andarín buscaba a Dios.

Para ello se calzó unas botas adecuadas y se echó a andar el camino.

Era un calzado especial para buscadores que elaborara un maestro en ciencias.

Al cabo de cierto tiempo el andarín vio que necesitaba un zurrón para guardar los alimentos. Se lo proporcionó un maestro artesano bastante hábil y pragmático.

Siguió el andarín su camino de búsqueda pero como tuvo que sufrir varios chaparrones imprevistos, tomó la decisión de conseguir un chubasquero impermeable. Lo consiguió por medio de un sastre que sabía elaborarlo con material imperecedero; el era un maestro alquimista y filósofo.

El andarín continuó su caminar satisfecho y seguro con sus tres prendas imprescindibles para un buscador.

Caminó por muchos senderos. Conoció lugares hermosos y gentes diversas. Vivió experiencias únicas…Pero en todos esos años no encontró a Dios.

¿Es que acaso no existía?

Cuando cansado, abatido y dubitativo reflexionaba sobre toda su vida reclinado en un árbol del sendero, vio llegar hasta él a un ermitaño sonriente y cantarín. Los pájaros, mariposas y abejorros revoloteaban en su entorno, como danzando una melodía silente, y hasta las prímulas del camino parecían florecer a su paso.

Era un ser humano con luz.

Este ser cándido, alegre y bueno se interesó por el andarín y su búsqueda que él le contó con detalle. Cuando hubo terminado su narración el ermitaño sonrió, le miró luminosamente a los ojos y dijo:

-Hermano, si quieres hallar a Dios no lo busques pues es Él quien te debe de encontrar. Despójate de tus botas, tu zurrón y tu chubasquero. Quédate quieto aquí bajo este árbol y espérale. Seguro que vendrá a ti.

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Día 4

Dice una enseñanza magistral que el leño verde no sirve para hacer fuego.

Por ello debemos de profundizar en nuestro crecimiento psíquico, mental y espiritual para madurar adecuadamente.

Así, en lugar de ser rama verde e inexperta que produce un fuego confuso, cuyo humo ciega y se dispersa, hemos de lograr la madurez del tronco firme y seco de fantasías, logrado por la experiencia.

El tronco útil para ser quemado en el amor de la lumbre, que ilumina y calienta los corazones de los demás.

Ese cuyo humo, sin cegar a nadie, sube y sube en vertical hacia el cielo.
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Día 5

Es bueno tener esperanza en una sociedad más justa.

Es bueno tener esperanza en un ser humano más fraterno.

Es bueno tener esperanza en poder llegar al corazón del prójimo…

Pero, muchas veces, esta confianza se mustia, esa esperanza decae, ese entusiasmo se cansa.

Y, qué le vamos hacer amigo y amiga, es normal, somos seres humanos frágiles y volubles que nadamos en unas aguas revueltas.

Somos seres humanos necesitados de una continua confirmación de esa esperanza, estamos necesitados de una “tabla de salvación”.

Y esa tabla de donde asirse se llama fe.

Fe en Jesucristo como Maestro de esperanza que lleva al amor universal, a la Caridad.
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Día 6

Me dices que no tienes fe para creer al pie de la letra en la doctrina de la Iglesia (bueno, y en ninguna otra) y repites tu frase popular: “Si no lo veo, no lo creo”.

¿Sabes? Yo también he padecido esa enfermedad, la llamo “tomasitis” (“si no meto mis dedos en sus llagas…”). Es un padecimiento causado por la arrogancia ignorante. Como dijo Platón, la mayoría de las maldades del ser humano son reproducidas por la ignorancia (ya sabes lo que dijo el Maestro J.C.:“perdónalos Señor, porque no saben lo que se hacen”).

Es una gran verdad.

¿Te has parado a pensar en todas las situaciones y creencias que aceptas con fe cotidiana?

Fíjate y verás.

Porque, tú, no te dedicas a comprobar empíricamente la fórmula de todo cuanto utilizas (TV, automóvil, lavadora, medicamentos, alimentos, bebidas, libros, noticias, historias…) De todo ello y mucho más te fías, tienes fe.
Sabes que a todo ello le avala la autoridad competente.

¿Y no se merece, al menos, la misma confianza la doctrina que cuida de tu alma en esta vida y en el tránsito a la otra?

Amiga y amigo, piénsalo bien, reflexiona.

Usa de tu albedrío, tu libertad, para tener o no tener fe. Pero no bases tus argumentos en la arrogante ignorancia.
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Día 7

¡Cuánta energía positiva perdemos en rumiar el pasado! Todos esos acontecimientos que nos marcaron y que deberían ser enterrados, para que sirvan de abono a la nueva cosecha del futuro, nos tienen ocupados en el hoy inmediato, sin que podamos soltar ese lastre pesado que nos impide navegar con la ligereza del entusiasmo.

Eso, amigo y amiga, es no estar presentes en lo que debemos estar: la visión e nuestro supremo cometido.

Así, rumiando y rumiando los dimes y diretes del convivir humano, de aquella afrenta que nos hicieron, de aquella mala pasada, de aquella traición, …y más, y más; perdemos las maravillosas ocasiones de proyectar lo mejor de nosotros hacia arriba.

Anda, hazme caso, entierra en tu jardín esos malos recuerdos y que te sirvan de abono experimental para nuevas y perfumadas flores espirituales.
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Día 8

Había un niño japonés que se hallaba bajo la tutoría de un sabio maestro espiritual.

Un día, este niño se puso a jugar con una rana de la charca del jardín del monasterio. Le ató a una patita un cordelito con una pequeña piedra al extremo. La pobre rana, tiraba y tiraba del cordoncito, en tanto intentaba nadar con dificultad. Mientras, el niño la miraba y reía muy divertido…

El maestro lo observó todo, pero no reprendió al niño; simplemente le hizo probar la misma medicina.

Le ató a su tobillo una cuerda con una piedra y le hizo vivir todo un día con ella. Cada vez que el niño se quería mover, tenía que arrastrar la piedra atada a su tobillo.

A veces, nos quejamos de que Dios nos ate piedras al tobillo de nuestra inconsciencia para que aprendamos a ser fraternos.

En realidad deberíamos, como el niño del cuento, estar agradecidos de que nuestro Maestro nos envíe esas pruebas purgativas de concienciación y liberación espiritual.

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